La columna de Xuan Lan en ELLE julio
Nuestra sociedad moderna premia la competición, creando una dinámica de siempre querer ser mejor que los otros. Este ambiente de permanente comparación motiva el deseo de tener, hacer y parecer, creando una visión centrada volvamos en uno mismo y buscando siempre lo que te falta para ser feliz.
Siendo consciente de esta tendencia, podemos cultivar la gratitud, un sentimiento sutil que nos abre a los demás, reconociendo la aportación de otros en nuestra vida. En yoga saludamos y nos despedimos con Namasté, que significa “yo me inclino hasta ti y te reconozco, en señal de humildad y agradecimiento”.
Podemos aprender a reconocer nuestros límites, saber disfrutar y apreciar las cosas sencillas de lo cotidiano, como unas risas, una buena salud, una cena con amigos… La cultura yóguica nos recuerda la importancia de cultivar ‘santosha’, el contentamiento, para conseguir un estado de satisfacción completa con lo que tenemos y llegar a un sentido de paz y bienestar interior.
De este modo uno se siente mejor apreciando su propia vida en lugar de desear la de los otros.