Australia no entiende de élites: Occidente se topa por fin con la realidad sobre cómo afrontar el COVID-19
El Abierto de tenis de Australia ha puesto de relieve una manera de lidiar con la pandemia que, guste más o menos, funciona. Más allá de sus fronteras, poco se sabía del modus operandi que ha servido para contener el COVID-19 de una manera asombrosa hasta que la élite del deporte - y de la sociedad en general - se ha topado con el férreo sistema de prevención de contagios australiano. El primer ministro del país, el conservador Scott Morrison, dejó claro antes del comienzo de la competición que nadie está por encima de la ley, ni siquiera los Rafael Nadal, Novak Djokovic, Venus Williams o Garbiñe Muguruza. Dicho y hecho.
Si cualquier australiano o extranjero que quiera entrar en su territorio debe hacer una cuarentena de 14 días en una habitación de hotel, los tenistas y su equipo también; si la población ha de soportar confinamientos masivos por uno o dos casos de COVID-19, éstos tampoco se salvan. Así se ha demostrado tras el aislamiento esta semana de 507 participantes en el Abierto de Australia y miembros de su cuerpo técnico después de que el trabajador de uno de los hoteles donde permanecen haya dado positivo. No hay tutía.
Y así, mientras los competidores experimentan este cúmulo de incomodidades durante la presente edición del primer Grand Slam de la temporada, también se dan de bruces con la realidad de cómo lidiar con una pandemia que está evidenciando las carencias de los Gobiernos de la gran mayoría de los países de Occidente.
El plan anti-covid de Australia se asemeja a lo que están haciendo en algunas naciones de Asia. Se basa puramente en las evidencias científicas y factores como la economía y la comodidad social pasan a un segundo plano. Para capear el temporal ofrecen unas generosas ayudas gubernamentales a empresas y trabajadores, reducciones fiscales, planes de inyección o ayudas familiares y psicológicas subvencionadas. La razón por la que el Torneo de Adelaida registró llenos absolutos con público que no llevaba mascarillas se explica gracias a una estrategia envidiable: control de fronteras internacionales y nacionales (confinamiento obligatorio a todo el que llegue del extranjero y cierre de los bordes entre estados), tests gratuitos a la población, excelente sistema de rastreo en el momento en que se produce un solo caso (para llegar al origen del rebrote) y confinamientos masivos sin contemplaciones cuando esto sucede, para que no se vaya de control. Sólo así se consigue que reine una cierta normalidad dentro del territorio australiano y que el Abierto de Australia se pueda celebrar en plena pandemia. Además, aquellas personas que incumplan las normas se enfrentan a multas de miles de dólares.
— Novak Djokovic (@DjokerNole) January 20, 2021
No es de extrañar que algunos tenistas que proceden de Europa o Estados Unidos hayan mostrado su asombro ante la manera de operar de Australia, ya sea porque sienten que las firmes medidas les perjudican o porque se han dado cuenta de cómo sus países de origen deberían haber actuado. Algunos, incluso tuvieron que pedir disculpas después de quejarse en Twitter sobre la “locura” del confinamiento. Tal es el caso de la tenista francesa, Alize Cornet, que se vio obligada a borrar un tweet en el que criticó duramente su aislamiento.
After my last (deleted) tweet I feel like I need to apologize to you Australian people. Your reaction to this tactless comment made me realize what you've been through last year & how much you suffered. I guess I feel a bit anxious about all this & I better have shut my mouth
1/2— Alize Cornet (@alizecornet) January 17, 2021
En Australia no hay excepciones - salvo permitir en julio a Nicole Kidman hacer la cuarentena en su rancho en lugar de en un hotel -, pero las autoridades aprendieron la lección cuando el pueblo se les echó encima. El estado de Victoria, cuya capital es Melbourne, vivió entre julio y octubre un confinamiento de 112 días. El paciente cero fue un trabajador de un hotel utilizado para la cuarentena de viajeros que regresan, y de ahí el virus se extendió hasta estar fuera de control. Los habitantes de Melbourne y alrededores soportaron las medidas más duras del país, incluyendo un toque de queda nocturno, un límite de una hora para hacer ejercicio al aire libre y la prohibición de viajar a más de 5 km de sus hogares. Victoria, con una población de 6.3 millones, ha registrado 20.452 casos y 820 fallecimientos, mientras que el cómputo nacional es de 28,838 contagios y 909 muertes por COVID-19.
La experiencia en el estado ubicado en el sureste del país se ha replicado en otros estados. En Nueva Gales del Sur, un rebrote de alrededor de 60 contagios en las playas del norte de Sydney se contuvo gracias a las restricciones de todo el área metropolitana sin importar que ciudades ubicadas a más de 100 kilómetros de distancia no hubieran registrado casos. Las fronteras entre estados se cerraron automáticamente en Fin de Año tras la subida de casos. Las medidas, exageradas para algunos - especialmente a los afectados y sectores como el turismo - y acertadas para otros sirvieron para contener el rebrote en menos de un mes.
Los sacrificios de una población que intenta hacer los deberes para frenar al COVID-19 están teniendo su recompensa y poco le importa a la gente que los tenistas que vienen al Abierto de Australia se quejen por seguir las mismas pautas. Hasta el episodio en el que el trabajador del hotel oficial de la competición contrajo el virus, Victoria llevaba casi un mes sin ningún contagio comunitario, por lo que no hay duda que el abanico del riesgo se abre con la celebración del Grand Slam.
En Australia no se andan con chiquitas y han demostrado que su estrategia es de lo más efectiva. Las restricciones no entienden de élites porque el virus tampoco hace distinciones basadas en el privilegio. El gran ejemplo que están dando en todos los sentidos al resto del mundo debería servir como lección a todos aquellos países sumidos en el despropósito.